Ha muerto Juan Carlos
Etchepare. Era un seductor: amó, fue amado. Ha muerto un galán de los años
cuarenta. Y hay una mujer que guarda unas cartas de amor. Veinte años más
tarde, también ella habrá muerto, y el fuego devorará, con esas cartas, el
último eco, lejano y desvaído ya, de una historia dolorosa y fugaz. Es la otra
cara del tango, la sordidez al acecho tras los colores pálidos de la novela
rosa o el papel satinado de las revistas del corazón. Es una obra maestra de
Manuel Puig: la crónica sentimental de un país y una época, y la crítica más
clarividente y feroz de una vida social sordamente cruel.