Un hombre profunda y
auténticamente bueno y sencillo, se enfrenta con la vida sin otro bagaje que
una visión simplista de sus problemas esenciales, una formación rudimentaria,
la convicción inquebrantable de la bondad de las gentes a quienes ama y esa
conformidad con el destino que distingue al tímido, al pobre de espíritu, del
hombre de presa, del espécimen habituado a la lucha impenitente de la gran
urbe. Trabaja y es dolorosamente postergado, ama y es cínicamente engañado.
Pero su fe en la vida se muestra inquebrantable hasta que, desgarrada
definitivamente la magia de la pasión y convencido de su propia y absurda
inutilidad esencial, intuye que sólo la muerte le ofrece una generosa
posibilidad de huida y liberación.